Por Gabriela Fontán

Frente a la piscina larga y silenciosa de Casa Wabi, con el océano extendiéndose hacia el más allá, entendí que ciertos espacios no están diseñados para impresionar. Están diseñados para detenernos. Para recordarnos algo más esencial que el estilo: la quietud.
Casa Wabi, fundada por el artista Bosco Sodi y ubicada en la costa de Oaxaca, es una residencia artística diseñada por Tadao Ando e inspirada en la filosofía japonesa del Wabi Sabi. Su arquitectura, mínima pero profundamente poética, abraza el paisaje sin imponerse. Un espacio de contemplación y creación, donde artistas de todo el mundo se sumergen en el silencio, la naturaleza y el acto de simplemente estar. Allí, todo es sombra, calma, y materia en su estado más honesto. La piscina, alineada con el mar, no busca protagonismo. Simplemente es. Esa imagen se me quedó grabada.

Wabi Sabi, es una antigua filosofía japonesa que celebra lo imperfecto, lo incompleto, lo efímero. Aunque no se trata de un estilo decorativo, puede manifestarse en los espacios que habitamos: en la forma en que elegimos lo esencial, valoramos lo envejecido, o transformamos lo cotidiano en ritual. Es una invitación a vivir con más intención y con menos perfección.
Al reflexionar sobre esta filosofía, observe cómo, muchas veces sin intención, nos volvemos más conscientes de lo que falta que de lo que está presente. Cómo, en ocasiones, cargamos juicios sobre los espacios, los nuestros o los ajenos, sin notar que esos juicios a menudo reflejan nuestras propias inseguridades o anhelos.
Siempre me ha gustado embellecer, transformar, encontrar potencial en objetos y espacios como una manera de honrarlos. Pero hay una línea delicada entre elevar y exigir perfección. ¿Cuándo se vuelve demasiado?
En un mundo sobreexpuesto a imágenes ideales —de interiores, de estilos de vida, de terrazas perfectas— el Wabi Sabi aparece como un susurro que nos devuelve a lo esencial. El alma de un hogar no reside en su pulido, sino en su presencia.
Como Julie Pointer Adams escribió en su libro Wabi-Sabi Welcome:
“Hemos olvidado cuán valiosas son las experiencias sin prisa, sin curaduría, en compañía de otros, en tiempo real.”

El Wabi Sabi no es solo una estética japonesa que valora lo envejecido y lo incompleto. Es un acto de humildad. Una manera de vivir y de habitar, sin máscaras.
Volví mentalmente a la piscina de Casa Wabi, al camino de arena que la conecta con el océano, a las sombras de las palapas que bailan sobre el concreto. Pensé también en las terrazas en Puerto Rico en verano, donde los abuelos cuentan historias, donde cada esquina guarda algo heredado, algo hallado, y algo floreciendo. Donde la brisa es el único lujo necesario.
¿Qué pasaría si viéramos nuestras piscinas y terrazas no solo como expresiones de diseño, sino también como escenarios para lo real?
Buscar la belleza es natural —deseamos rodearnos de armonía, de formas que inspiran, de materiales que acarician los sentidos. Pero también podemos dejar espacio para lo no pulido, lo vivido. Un piso desgastado por la sal. Un banco improvisado. Un mantel manchado de café. Una silla vieja con historia.
Todo eso también es belleza. Todo eso tiene alma.
Quizás lo que más anhelamos no es una terraza perfecta, sino una donde podamos llegar descalzos, sin avisar, y sentirnos en casa. Una piscina donde no se trata de posar, sino de flotar. Un hogar donde la sombra no oculta, sino que abraza.
Porque al final del día, lo que más recordamos no es sólo cómo lucía un lugar, sino cómo nos hizo sentir—y si nos permitió, de algún modo, ser más autenticos.